martes, 9 de octubre de 2007

Guatemala Ayer y Hoy

Antigua, ayer y hoy

Mientras la noche cubre lentamente la imagen del volcán de Agua, las luces de los faroles empiezan a iluminar las calles de la Ciudad de Santiago de los Caballeros.Tonos grises empiezan a teñir la ciudad. La fuente del Parque Central ya está iluminada y arroja torrentes de agua de los pechos de sus sirenas. La calma con que algunas parejas caminan por la plaza y el paso parsimonioso de un par de vendedores de chachales parecen ajenos a ese temblor que empieza a estremecer los bares un poco después de las 21:00 horas.La cena ha sido justa, dejando siempre el espacio para que alguna bebida tonifique mi cuerpo, invitándome a balancearme junto con el instructor de salsa en El Afro. Parece mentira, pero la sangre latina no me indica bien los pasos y las turistas extranjeras se deslizan con mayor precisión y soltura en la pista. El eco de los tambores empieza a sentirse afuera y un grupo de jóvenes ingresa con ritmo y sabor, mientras el calor agrupa a los bailarines en la barra.
Después de esa tumultuosa sensación es preferible salir y respirar un poco de aire puro. Pese a la enorme cantidad de carros estacionados en las aceras, la tranquilidad que propicia la arquitectura de La Antigua es perceptible. Unas cuantas calles después, el arco de Santa Catarina atrae como una especie de imán invertido, así es que por qué no llegar hasta Macondo y saborear una cerveza helada mientras la música, completamente distinta a la anterior, me transporta años atrás y las pantallas de los televisores presentan a Pink Floyd, eternamente joven en el escenario.Al regreso, la Plaza Mayor parece ser el sitio preferido de todos aquellos que después de la una aún insisten en trasnochar, y mientras camino rumbo al hotel el eco de las risas parece borrar de mi memoria los cuentos que narran que en esas empedradas calles a veces se escucha el resonar de cadenas.
La Antigua palmo a palmo
La mañana se pinta esplendorosa, y el humeante café antigüeño me hace recuperar la energía. Con un mapa en la mano me dispongo a recorrer la ciudad palmo a palmo. Para ello nada mejor que situarse de nuevo en el Parque y después bajar por la 6a. Calle Poniente, hasta llegar al Tanque la Unión donde ya algunos artesanos ambientan su venta con coloridos güipiles y rústicos adornos de madera. Los lavaderos están desiertos, quién sabe si por lo frío del agua o por temor a que aún se refleje en el fondo la imagen desvirtuada de la pobre Llorona.
Las ruinas de Santa Clara son la primera parada de la expedición. Después de cancelar los dos quetzales de entrada, vislumbramos ese retablo ultrabarroco, que Diego de Porres diseñara con tanta magnificencia como fachada del templo.
Pese a lo importante de la explicación, no deja de sorprenderme la imagen de los canaletes construidos en lo alto de los muros y todo el complejo sistema de recolección de agua existente en este tiempo. Después el recorrido continúa hacia San Francisco El Grande, que se apresta a recibir a los visitantes con ventas de velas, dulces típicos y estampitas del milagroso Hermano Pedro. Antes de entrar a recorrer las ruinas, decido visitar su tumba, y luego recoger una hoja de esquesúchil, el árbol que ha crecido como brote del que plantara inicialmente en el Calvario hace más de tres siglos.Las ruinas de San Francisco permiten divisar vestigios de pinturas y tallados en yeso, de los pocos que todavía se conservan. Sus terrazas tan grises y agrietadas contrastan con lo verde de la vegetación que sirve de fondo, y la cúpula de la Escuela de Cristo renace de entre las ramas para que la cámara no se olvide de llevarse un recuerdo suyo.Al salir de ahí, la Casa de los Gigantes, una venta de antigüedades y artesanías, me invita a meterme a su mundo de imágenes de santos de madera y piedra.
Antes de dirigirme para Capuchinas, me distraigo con la conversación de unos turistas que, frente a una escuela de español, discuten sobre el plan de estudios. Mientras camino rumbo a otro destino me doy cuenta de que aunque frecuentemente disfruto de la magia antigüeña, pocas veces entiendo lo que ahí sucede. Cada casa es ya un comercio y, valiéndose de la audacia y del ingenio, se han implementado hostales, cafés de Internet, tiendas de curiosidades, librerías, escuelas de español. A cada paso me encuentro con una diversidad comercial y cultural, que se entremezcla con la religiosidad de las iglesias y las piedras de las calles que piden que la lluvia caiga y refresque su acalorada textura.


Guatemala Colonial




Guatemala colonial
El pequeño territorio guatemalteco, con sus 108 mil kilómetros cuadrados, encierra varios de los tesoros culturales legados por un pasado rico en incidentes y cambios. Uno de los más atrayentes para el viajero actual lo constituye el legado artístico dejado durante el período hispánico, conocido como colonial.
El istmo centroamericano fue denominado por los castellanos como el Reino de Guatemala, cuya ciudad capital estuvo en Santiago de Guatemala. A lo largo de todo el territorio, las autoridades mandaron edificar ciudades enteras, con edificios que con muchos problemas lograron llegar hasta nuestros días. Ese es su principal atractivo, que después de siglos de uso, soportar terremotos y ataques realizados por seres humanos, han logrado superar esas dificultades, generalmente debido al genio de sus constructores.
Derecha: Iglesia Santa Clara de Diego de Porres, Antigua Guatemala


Cada población fue reubicada por las autoridades hispánicas. Las antiguas capitales mayanses fueron reurbanizadas en lugares aledaños, con una traza que recordara las ciudades hispanas, aunque como fueron construidas por indígenas no se abandonaron algunos usos propios de cada región. Así, la capital k'iche', Gumarcaaj, fue reasentada a poca distancia, con el nombre de Santa Cruz del Quiché, Iximché, fue establecida como Tecpán y Zaculeu dio paso a Huehuetenango, sólo por citar algunos ejemplos.
Cada una de estas poblaciones fue adquiriendo sus características propias, que fueron producto del mestizaje cultural de dos grupos que se fueron fusionando poco a poco. Cualquier paraje guatemalteco tiene evidencias de esa mezcla, ocurrida lentamente en los siglos XVI, XVII y XVIII, pero la más conocida es Santiago de Guatemala, ahora llamada La Antigua Guatemala, cuyo sobrenombre es ciudad colonial.
Bellas obras de arte fueron levantadas en este pequeño territorio. Salcajá, Quetzaltenango, cuenta con la primera iglesia construida en la región, cuyos muros se remontan al siglo XVI, pero que fue modificada en el XVIII. San Andrés Xecul, Totonicapán, tiene la mejor expresión del barroco popular. En el otro extremo del país, Esquipulas, cuenta con una basílica levantada por el arquitecto Felipe de Porres, Quezaltepeque tiene un templo con hermosos arcos mixtilíneos, en San Cristóbal Acasaguastlán el templo brilla al sol con una imagen del astro en una obra del barroco, todos templos edificados en el siglo XVIII. San Agustín Acasaguastlán guarda preciosos retablos de diversas épocas, lo mismo que Tecpán, San Jerónimo Verapaz y Salamá.
Izquierda: Basílica de Esquipulas, de Felipe de Porres



Sin contar las construcciones que quedan en Antigua, cada una con una historia que revela tantos secretos como los que oculta, lo mismo que las obras trasladadas a la ciudad de Guatemala, donde templos neoclásicos albergan tesoros de siglos anteriores, hechos en el espíritu del Renacimiento, Manierismo, Barroco y Ultrabarroco.
En fin, quien desee conocer cualquier rincón del país puede atisbar a su herencia cultural, que se ha conservado a pesar de las inclemencias del tiempo y las adversidades naturales, esperando relatar los hechos de los que ha sido testigo.

Manuel Montúfar Alfaro ( 1809 - 1857 )

Manuel Montúfar Alfaro publicó algunas composiciones menores durante su vida, pero la obra que lo llevaría a la inmortalidad fue El Alférez Real. A finales del año 1858 se imprimieron cuatros secciones, apenas seis capítulos, de la novela. Estas publicaciones se distribuyeron a los lectores subscritos por toda Guatemala. Cuando, sin aun existir una explicación, pararon las impresiones. Los originales se extraviaron en la imprenta y no solo se perdió una gran obra literaria sino también años de estudios históricos sobre la ciudad de Antigua durante los años de su esplendor. Aunque la obra se encuentre inconclusa, se le estima a Montúfar Alfaro un precursor del género, específicamente de la novela histórica.

Elisa Hall ( 1900 - 1982 )

Elisa Hall es una de la precursoras entre las escritoras guatemaltecas. Fue en la novela histórica donde sus aportes a la literatura permanecen. En sus obras altera la ortografía en semejanza a la época de su narración, técnica que emplea con gran gusto. El ritmo de la gramática es antiguo, lo cual divinamente confunde el género entre la novela, la crónica, y la poesía en prosa. Sus dos novelas crearon cierta polémica entre los críticos. Hay quienes aclaman, o insinúan, que son copias de un manuscrito hallado por la autora. Si es cierto, lo hizo con mucha elegancia; y si no es cierto, que mejor halago que poder deslumbrar la crítica.

Enrique Gómez Carrillo ( 1873 - 1927 )

Max Henríquez Ureña describe a Enrique Gómez Carrillo como “una de las personalidades más interesantes del movimiento modernista...” Continúa Henríquez Ureña con una nota de Rubén Darío cuando éste dirigía el periódico El Correo de la Tarde en Guatemala. La nota de Darío dice: “jovencito de ojos brillantes y de cara sensual, dorada de sol de trópico, que hizo entonces ensayos prometedores”. Desde muy joven causó controversias en los círculos literarios guatemaltecos. Tanto así que le calificaron por enfant terrible y el presidente le concedió una pensión por tal que se fuera a Europa. Hijo de madre belga, era fluente en francés al igual que el español. Tradujo admirablemente al español algunas obras de los más notables escritores franceses. Viajo por Europa, donde publicó sus primeras obras. Regresó a Guatemala en 1895 donde permaneció por un breve período. De vuelta en París condujo una vida como los oriundos de la Ciudad Sol.

Miguel Ángel Asturias ( 1899 - 1974 )

Miguel Ángel Asturias aunque se mantuvo lejos de Guatemala gran parte de su vida, sus sentimientos nunca abandonaron la patria. Uno de los más destacados escritores de nuestros tiempos fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1967. Asturias desarrolló sus composiciones en la poesía, el teatro, la novela, el cuento y el ensayo. Algunas de sus obras se basan en los temas nacionales guatemaltecos. La población indígena y la sociedad son sus mayores fuentes. No se olvidó reconocer figuras de puro orgullo para las Américas, Simón Bolívar y Rubén Darío sobresalen entre otros. Residió en Francia desde 1924 hasta 1936. Durante este tiempo estudió con Georges Raynaud. Regresó a Guatemala donde sirvió de diplomático. Se vio obligado a exilarse en Argentina en 1954, permaneciendo hasta 1965. Se trasladó a Europa, viviendo en varios países hasta su muerte en 1974.

Rafael Arévalo Martínez ( 1884 - 1975 )

Las obras de Arévalo Martínez, tanto en la prosa como en la poesía, demuestran la inquietud del autor hacia el misticismo. Busca y experimenta en diferentes formas, tratando de analizar y estabilizar la personalidad interior del ser humano. Indudablemente un hombre inquisitivo y de gran fe. Con respecto a su forma literaria, Max Henríquez Ureña nos dice: “...una personalidad independiente y única en las letras hispanoamericanas.” Continua Henríquez Ureña, “La tónica de su poesía es la de un lirismo muy personal y muy hondo...” Henríquez Ureña también le reconoce méritos muy peculiares en la prosa, en específico en el género de la novela. Arévalo Martínez desempeño un papel crucial en la literatura del siglo XX de Centro América. Con Francisco Fernández fundó, dirigió y redactó la revista Juan Chapín, órgano principal del grupo de autores conocidos como la Generación de 1910. Estos fueron los jóvenes, Arévalo Martínez entre ellos, que guiaron la literatura de Guatemala fuera del Modernismo y la enfocaron hacia las nuevas tendencias contemporáneas. Más tarde Arévalo Martínez trazó su propia senda que sólo él habría de caminar. Pero son muchos, entre los escritores que hemos leído del país del quetzal, que le agradecen los consejos al maestro de gramática. También redactó en otros periódicos y revistas nacionales y extranjeras, entre las cuales: La República, El Nuevo Tiempo y Centro América. Alcanzó el puesto de Director de la Biblioteca Nacional de Guatemala. Viajo a los Estados Unidos y países de América Central. Recibió varios reconocimientos por sus aportes a la literatura hispana. Fue condecorado con La Orden del Quetzal, la más prestigiosa condecoración de Guatemala y la Orden de Rubén Darío en el grado de Gran Cruz, la más prestigiosa de Nicaragua.

Literatura Guateamlteca

La literatura guatemalteca comienza mucho antes de Colón pisar América. La civilización Maya ya se encontraba establecida por más de un milenio antes de aquel acontecimiento. Aquella cultura llegó a desarrollar la escritura, consiente o inconscientemente reservando su lugar en la universalidad del pensamiento humano. El aporte de las narraciones Maya no ha influenciado tanto a la nación que conocemos hoy en día como el simple hecho de su descendencia. A la cual generalizamos llamándole la cultura quiché, que aun es una parte integral de Guatemala. Encontramos dos caminos en esta rama de la literatura de Guatemala. En uno de ellos tenemos las obras existentes que narran de la cultura quiché. Estas obras, incluyendo el Popol-Vuh y el Rabinal Achí, han sido redactadas desde el inicio de la influencia europea en el Nuevo Mundo hasta nuestros días. El otro camino, aun en su infancia, es las traducciones de escrituras originales en los templos y estelas. A donde nos llevará esta ruta, y a que profundidad, sólo el tiempo nos dirá. Los españoles trajeron con ellos sus ilusiones de riquezas y evangelización. De acuerdo a la práctica utilizada en el resto de las Américas, encontramos las crónicas y los catecismos de esa época. Son pocas, muy pocas, las obras de aquella Guatemala que han logrado sobrevivir hasta nuestros días. Fue muy común la redacción en latín durante aquel período. A principios del siglo XIX, según Europa se anticipaba al Romanticismo, la literatura guatemalteca comienza a reflejar ciertas características propias. Surgieron las fábulas con moralejas, no muy ocultas en ciertos casos, de críticas al sistema, al gobierno, y la sociedad por igual. Con el tiempo las obras han incrementado a abarcar todos los géneros, y las críticas han permanecido hasta el presente. Otras ramas o tópicos que se destacan en la literatura guatemalteca incluyen: La literatura infantil, redacciones en cuentos y poesías que han logrado alcanzar el entendimiento de la niñez. La pedagogía en términos más convencionales es también representada. Y como es de esperar, el chapinismo, o guatemaltenismo incluyendo la influencia maya-quiché, abarca un buen número de composiciones.